Iba y sentía
cómo el frío me cambiaba. Sentía a la gente pasar, una y otra vez,
preguntándome cómo pensarían ellos mismos, parecían tan iguales. Pasar por la
calle, ver a la gente pensar, ocuparse,
contestar una llamada. Esa zona había sido un bosque hace no más de un
pequeño siglo, ahora se teñía con pavimento y las huellas de zapatos de
cuero. Entonces sentí a una niña,
pequeña, morena y adorable que lloraba mientas buscaba entre la multitud, halló
mi roce y calló un momento, dirigió la mirada a una mujer que iba un poco más
adelante con una cara de un bosque talado. Su madre, supe enseguida. La llamé
levantando su falda, y ella volvió la vista molesta para ver quién fuera, pero
no encontró nada y encontró a su hija, la niña me dedicó una sonrisa. Creo que me
había acostumbrado a hacer favores, pero en cuanto la niña desapareció entre el
tumulto el aura gris y sudorosa que gobernaba el lugar volvió a consumirnos. De
nuevo, la gente pasaba una y otra vez, rozándome sin notarme. Parecían
interminables en hora punta, a donde quisiese que mirase veía en los rostros la
preocupación egoísta mientas empujaban unos a otros, luchando por la delantera
del semáforo. Se volvía monótono un rato, pero después empezaba a ver los
detalles de la gente. Uno estaba mirando el cielo y se dio cuenta de mi, pero
asustado corrió la vista, privándome del mirar de unos ojos. Mirando el mismo
sitio encontré una mujer a quién le toqué el cabello, fue gracioso porque,
urgida y pendiente de la gente que la miraba, lo arregló inmediatamente, aún
así eso me hacía triste, no importaba.
Supongo que me alejé un momento y llegué a
parar en un barrio residencial. Bonito supongo, tranquilo también, solo el
bullicio de algunos trabajos y las micros que pasaban a deshora. Ahora era el calor lo que me cambiaba y topé
con una chica, parecía triste pero aún caminaba paso por paso, llevando su
carga lentamente e intenté distraerla. Parecía ignorarme y eso me irritó. Le
hice una zancadilla con mi cuerpo y su pie estaba por caer encima de un brote
de enredadera que creía entre las grietas del cemento. Sonreí maliciosamente,
sintiéndome como un niño. La muchacha me ignoró de nuevo y cuidó de no pisar el
pequeño brote. Y yo sorprendido me fui, ella no tenía tiempo para cuidar de
verme o de intentar parecer feliz, pero sí de no pisar pequeño brote. Incluso
para mi, fue hermoso.
Escrito en 2013
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