Nostalgia del que nunca será, del futuro deseado e imposible en las
expectativas de una imaginación furtiva y desesperada, desesperando al pobre
soñador de realidades emiferas de una fantasía que se desvanece en el despertar
de la divagación momentánea.
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domingo, 6 de agosto de 2017
13-10-16
- I want to love you until we die, maybe after
that.
- Do you
mean that? A death promise is not a light thing.
- Yes. I
want to be there when you let go of your last breath the same way I desire your
presence when I’m no longer bound to this… world.
- It’s
rather a morbid thought.
- You love
it.
- I do.
- As I was
saying… I want to learn to love you as you get older and wrinkly, and dry and
mean. I want to love you in your change, in your new beings.
- Let me
tell you that your love confessions are the weirdest.
- Yeah.
30-10-16
Si no puedo afirmar mi
existencia en vida, ¿cómo puedo esperar que alguien lo haga por mi en muerte?
08-06-16
Shit’s going down, down, down. When they think
one thing is solved, there is always something more to fix, to worry about. And
it’s shit going down. My life’s going downhill and I can’t slow down the
avalanche threatening to consume my back.
I hate myself for thinking that someone that’s
far and away, is okay and safe. Everyone’s shits it’s always going down. The
problem is when lives collapse one after another, altogether into themselves,
upon myself as the spectator and the actor.
01-10-16
- … Y si empiezas a caminar por ahí encuentras cuerpos…
Su rostro se ensombreció al escuchar palabras de un ser tan pequeño.
-… Cuerpos colgando y… Huesos…
Continuó el pequeño ser, lentamente, saboreando el movimiento de su
lengua con cada sonido.
- Después encuentras zapatos, siempre son lo que queda tras retirar los
cadáveres.
24-12-16
I’ve never made a choice
I’ve kept them all for my self,
my little cute bunch of possibilities
all far away from my reach,
far from temptation of a past I cannot change,
for I do not see the future,
not in the
way I can conceive existence.
Distress signal
It seemed like a distress signal,
coming from the far corners of the universe.
Perhaps another me, I thought as I sank back to
sleep.
Maybe our thoughts are in sync,
of course they are in sync, I answered myself.
If our thoughts weren’t in sync how would we know if we are the same person, I
agreed.
So, perhaps it wasn’t another me, just a
remnant of a thousand thoughts led far away from eternity.
- Written 24-12-16
domingo, 7 de mayo de 2017
Cats hunt
Cats hunt.
They always do.
And part of it is the way they play with the
prey. I know that it’s partially because they do not need to hunt to eat, not
being domestic, but still gets in me, in my little mind of a city person,
whispering so my fears.
So I find the bird.
It’s dying, I know it. But I can’t kill it by
twisting it’s neck, I might not even kill it and just end up making things
worse.
I couldn’t bring myself to cut it in half with
an axe, or even a knife. I couldn’t deal with the bloodshed.
So I talk to people and they give me advise.
In the end, the “best” I can do is to let it
die in relative peace.
So I put a wooden tomato box in top of it to
keep the cats away.
If I let the bird to its fate in the paws of
the cats they would play with it rather than eat it.
Its death would still be wasted, its flesh
rotting.
So I leave it there.
Dying.
Agonizing.
Alone.
Because of my fear.
It’s funny how I can distance myself from this
by calling the bird an it, in Spanish you don’t have that liberty.
And I wait. I occupy my mind with other things,
trying to keep this and other fears at bay.
Then I notice that the cats are inside the
house.
They are no longer harassing the bird.
I should have moved faster.
I just kept waiting for death.
But in the end, death is not a noticeable thing
for us living ( or those we think we’re alive), it is only after it happened.
Then I went to check on the bird.
It was stiff. Its legs stretched and immobile.
Dead.
And now I have a cadaver to deal with.
Inecuaciones
Estaban hablando de lo poco
práctico que era para la vida real aprender cómo hacer inecuaciones.
Debían enseñar cosas útiles
para la vida, habían acordado entre todos.
La profesora asintió desde una
de las esquinas del salón, apoyada en la intersección con los brazos cruzados
mientras escuchaba a sus estudiantes discutir.
Era la primera vez que ese
curso discutía de forma civilizada,
es decir, sin gritar o volverse ratas en coca.
Deberían enseñar cosas como
cocinar, cómo hacer cosas de la casa, cómo usar herramientas, cómo arreglar
cosas – había comentado una alumna – deberían enseñarnos a ordenarnos.
La profesora levantó una ceja
a causa de esa última frase. Nadie en el salón la había cuestionado. Suspiró
para sí, volviendo a fruncir el ceño mientras escuchaba. Tenía que obligarse a
recordar dónde enseñaba.
Creo que deberían enseñar a
ser mejores personas – comentó otra chica, su voz tan inocente como ignorante.
Ah, el comentario moralizante,
pensó la profesora para sí.
Sí, creo que deberían enseñar
a ser mejor persona – reforzó otra persona – No lo digo desde un punto de vista
“cristiano” – continuó, mirando a la compañera que había hablado – Pero sí
cosas como… verdades de la vida. Enseñarnos que nada es fácil, que vamos a
tener que trabajar, que ni los amigos o las relaciones son para siempre… Que la
muerte es segura.
Con ese último comentario
oscuro la clase cayó en silencio.
La profesora suspiró. Se
recostó en la silla y se sacó los tacones, dejándolos caer al suelo con fuerza.
Sus pies enfundados en medias beige descansaron sobre el escritorio. Sabía que
había más de una persona observando sus muslos, pero no le importó. ¿decoro?, se preguntó con ironía. Sacó
su cartera y se puso a revolverla.
- La cosa es, niños, - murmuró
mientras ponía un cigarro entre sus labios – es que siempre hablan de La
verdad, ¿no? Cosa única, finita, inamovible, sólida y absolutamente innegable, pero… - murmuró, prendiendo el cigarro y
dándole una bocanada inmensa – La verdad es flexible, dinámica… Creo que es una
de las pocas cosas que la vida me ha enseñado. La verdad depende de quien la
diga, quien la escucha, de quien la piense, de quien la escriba…. Pero… Bah… - gruñó amargamente – Al fin y al
cabo, ustedes escogen si creerme o
no.
La clase la miraba
aterrorizada. Habían muchos con caras del terror más absoluto, unas cuantas que
tosían, otros que sacaban sus propios cigarros, otros que sonreían.
- Profe, ¿qué está
haciendo? – preguntó la inocente.
La mujer dio otra quemada al
cigarro, dejando que el humo quemara sus pulmones y acidificara su lengua.
- Renunciando. – contestó con
una sonrisa, mientras botaba el humo espeso entre los dientes.
16-09-16
It looked
Green.
A foul
dream in the mist.
The air was
thin and cold.
Their lips
in front of me.
They
smiled.
The air was
so thin.
I couldn’t
reach for
their lips,
that fragile
smile,
closing the
dream upon
me.
Everything
was
green as
the sun set.
Clouds and
mist,
intertwined
at the point
of being
oblivious to
separation
of concepts,
threatened
with eating
my
ankles.
Screams of
opera and the
music of
carnival flooded
my mind as
the memories
of some
lips slips
from
cognition.
Then the
air turns
pink.
A
translucent pink
mist that
makes all things
seem
harsher, sharper.
And I feel
the need to
look for
something I let
myself
forget. It feels like
it was just
one eternity
ago. It was
something
green,
among mist,
and hunger…
and
nostalgia.
The pink of
the snow,
the
reflection of a dying
sun shines
brighter.
16/08/16
Tengo miedo, dijo mirando con un ojo el precipicio entre las
palabras del libro que tenía enfrente; y con el otro mirando por la ventana a
un horizonte indeterminado.
- Tengo
miedo –susurró- tengo miedo – repitió, con la voz temblorosa - …. de que todo
esto me convenza de que el mundo es real y que pertenezco a él.
Gala
Las copas
chocaron.
Los lujos
parecían ser algo imprescindible en este momento. Todo tenía que brillar,
brillar tanto que disminuyera el brillo de los fuegos afuera.
Este era
quizás el momento más hermoso de la historia humana.
Nadie nunca
imaginó que la música sonaría tan alta. Los violines gritando a todo pulmón
inexistente que el fin se acercaba y todos disfrutaban su melodía.
Los
susurros de un nuevo orden se extinguían progresivamente, así como toda
esperanza y todo deseo.
Solo se
escuchaban recuerdos de viejas rivalidades contadas con cariño, como anécdotas
de la infancia.
Sonrisas
perfectas en emoción llenaban el salón. Piernas se entrelazaban en un baile que
solo existía por el frenesí de la melodía, en la pasión de cuerpos rozándose
con apenas una delgada tela entre ellos y mientras cientos de ojos se posaban
sobre cada una de sus curvas humanas.
Entonces
ella alzó el brazo y en su mano descansaba una copa de champagne. La formalidad
dictaba cuantas burbujas subían a la vez, solo para reventarse un momento
después.
Chocó un
cuchillo – elegante, afilado, inmaculado – contra la copa.
Todas las
miradas se posaron sobre ella, atentos a la gracia de sus movimientos. Los
instrumentos pararon, primero los de viento, la percusión, y por último las
cuerdas, poco a poco, una por una cerraron sus gargantas de crin.
Ella se
levantó. Una sonrisa radiante sobre su rostro.
Había que
celebrar.
Por fin
había llegado el día. El día en que las distinciones ya no importaban. En que
la mayoría era nada. En que ya no habían cúspides culturales, sin imposiciones
morales.
El día en
que ya no habían orgasmos intelectuales para correrse sobre la academia. Solo
cuerpos, solo mentes. Solo un acto de empatía sobre entes libres de una
dominación anteriormente intrínseca. Había llegado el día en que a nadie le
importaba.
Ella sonrió
de nuevo. Sus dientes torcidos más bellos que nunca, en un atardecer anaranjado
y entre espectadores que le devolvieron la sonrisa, orgullosos.
Se alzaron todas las copas, ella su epicentro.
- ¡Quizás
este es el último año del mundo! – gritó, su lengua retorciéndose en carcajadas
joviales, victoriosas.
Los demás
la miraron con ternura mientras se unía con la masa.
- ¡Por el
último año del mundo! – le corearon.
Tras el
último sonido de sus gargantas tras beber – devorar, destrozar, consumir – la
champagne. Tras la última copa resonar tras la colisión, tras el último golpe
del reloj-
Tras todo
eso observaron el cielo volverse púrpura, mientras el sol desaparecía, mientras
la última bomba caía.
Saxofonista en el tejado
Suele ocurrir en las tardes hasta
media noche, o a veces, solo en esa hora del atardecer en la que el aire se
siente liviano y la temperatura baja.
Lo que ocurre es que el aire se
llena de melancolía, digo literalmente
se llena de melancolía, llega a ser tangible. Fue en esos días en los que
comprendía que la melancolía es un polvo fino que es transportado por el
sonido, se pega a los pulmones como alquitrán.
Un músico vive cerca de la casa.
Estoy segura que la música para él es un pasatiempo, pero eso no lo hace menos
músico. Toca saxo en esas horas, quizás ese instrumento es la fuente del polvo
acústico o quizás son sus dedos al tocar; no creo que pueda llegar a decidirme
en ese asunto.
Digo que es músico de pasatiempo
porque es evidente que está aprendiendo el saxo, no a tocarlo, sino de él. Además, solo toca fuera del
horario de oficina.
He notado que siempre toca la
misma parte de la canción, una y otra vez. No creo haberlo escuchado tocar una
canción completa, solo notas largas de la parte más decadente de la canción que
haya escogido para el día. Su música lleva el polvo melancólico a quien pueda
oírlo. No sé si sea consciente del efecto que tiene en la gente.
Me gusta sentarme a escucharlo
con un cigarro en la boca, y una pequeña sonrisa cada vez que se equivoca y
vuelve a empezar.
Descubrí que se escucha mejor
desde la ventana del segundo piso un día mientras hacía aseo.
Nunca he logrado verlo, quizás es
un ella, quizás es ninguno o ambos, quizás es un niño pequeño; en lo que a mí
respecta, quizás ni siquiera es humano.
Imagino una cara distinta cada
vez que le oigo tocar.
Hay veces en las que, con un poco
de suerte, miro el tejado y logro ver el polvo levantarse lentamente y al son
del saxo. Al momento siguiente generalmente estornudo y me siento melancólica,
o nostálgico, depende del día y la de la canción, a medias.
Como solo he visto su tejado, he
llegado a pensar que es realmente el tejado el que toca el saxo, o que la o él
saxofonista está sentado entre las tejas del lado de la casa que no logro ver,
oculta por los árboles o el brillo del sol.
Cuando termina de tocar siempre
es de manera abrupta, creo que se frustra. Casi llego a escuchar el estuche
cerrarse, intentando aspirar el polvo dentro del tubo del saxo, pero siempre
queda, al final, algo en mi garganta.
10/03/16
- ¿Sabes? He estado pensando…
- ¿Si?
- Sí, ese tipo de cosas pasan
cuando repasas conversaciones pasadas en la cabeza y te das cuenta de cosas que
querías decir.
- Se llama estupidez humana.
- Como ahora.
- Sí.
- (…)
- ¿Qué pensabas?
- En esa vez que dije que no
conozco el amor.
- ¿Por no haber tenido pareja?
- En ese momento lo dije por eso,
sí. Pero sí lo conozco de otros tipos, no románticos también.
- No, ¿en serio?
- No necesitas ser sarcástico. No
es a lo que iba.
- ¿Entonces?
- Me hubiese gustado agregar a
esa conversación que sí conozco el amor romántico, el tema es que no lo he
conocido en su modalidad mutua.
- ¿Te las das de mártir?
- Sí, un poco. Pero a lo que voy
es que sí he amado. No soy una perra de corazón frío. Conozco la ternura por
una persona. Y generalmente estoy bien con ello, incluso con el deseo, hasta
que llego al punto de amarlos de ese modo es traicionarlos, porque nunca les
voy a decir. No creo haber sido deshonesta completamente, solamente omitía esos
sentimientos: las ganas de abrazarlos y verlos felices, hacerlos felices,
besarlos, acariciarlos. Es como triste.
- ¿No crees que es estúpido no
haberles dicho nunca?
- Sí, pero no podía hacerles
cargar con el peso de mis sentimientos.
- Qué tragedia…
- Nah…
10/05/16
- Sabes que haría cualquier cosa
por ti, ¿cierto?
- ¿Me matarías? – preguntó.
- Depende… - suspiré
- Suicidio. – propuso.
- Mmm… - pensé – Si no puedo
ayudarte a vivir… Sí, te ayudaría a morir.
- Gracias. – dijo sonriendo. Y me
besó.
Quemando cuerpos
¿Qué haces? me preguntaron.
Sin alejar la vista de mi tarea,
respondí a secas. Quemo cuerpos.
¿De quién? me volvieron a
preguntar.
Las personas que fui y a las que
dejé atrás, respondí.
Mis manos olían a gasolina.
Quería ahogar mi mente en ella, o secar mi lengua en el humo.
Pero era yo quien permanecía ahí
y los cuerpos eran los que se quemaban, desmembrados, y mi mente ahogaba.
2/07/16
Era tan simple, pero me emputesió. La imagen de un hombre
abriéndose la cabeza y sangrando arcoíris.
Tan optimista, tan simple, tan bello.
No era el momento para el optimismo, no lo es. No aquí, no ahora.
No en el infierno en el que estoy.
Sé que es temporal. Sé que quien puso la imagen lo hizo
con una buena intención, algo irónico, quizás.
Y estoy bastante segura de que si me abriera la cabeza,
el cerebro no me sangraría arcoíris, sino brea, los restos cocidos, negros y
putrefactos de mi cerebro tras todo lo que voy a tener que pasar.
Y quizás eso fue lo más terrible, el futuro imperante de
la situación.
Estábamos hablando a futuro, adecuado, por cierto. Me
enferma eso. Me irrita. Me enoja.
Odio dar por sentado, por cierto, lo que sea.
No puedo pensar a futuro porque no sé si voy a estar viva
para ese momento no definido, ese horizonte borroso
Y por supuesto, pasó desapercibido. Enterrado bajo una
pila de comentarios ligeros. Fue tomado como comedia, una sátira de la
situación, una exageración como mucho.
Me aterra pensar en lo que pasaría se alguien conociera
la sinceridad de mis palabras, de los comentarios fatalistas y de las frases
cómicas depresivas, las declaraciones de suicidio y asesinato, de amor y odio.
Pero por suerte nadie se fija en esas sutilezas del lenguaje, de una mirada
rota y un suspiro al cielo.
O peor aún. Lo notan
y no lo cien, se lo guardan o lo dicen como un comentario ligero, una
sonrisa leve o un comentario poético, aplastado por una conversación de grupo.
Susurros
Son los susurros, dijeron los susurros.
Son los que te vuelven loco, dijeron con una fina
sonrisa.
Podía escuchar cómo la piel se partía al mover esos
labios sin rostro.
Son los susurros, anunciaron un poco más fuerte.
¡Son los susurros! susurraron, alterados, mezclando las
ondas que los componían.
¡Son los susurros! susurraron de nuevo, en mi oído, en mi
cuello, sin aliento pero con todos los sonidos de una boca húmeda que no tenía
por qué ser.
¡Son los susur-
¡Son los susurros! – grité - ¡Son los susurros! ¡Y las
risas y las conversaciones y todo lo que no esté dentro de mi cabeza!
Los susurros susurraron.
Voces inconexas en una conversación ininteligible. Ruido.
¡Son las cosas dentro de tu cabeza las que te vuelven
loca! susurraron en mi oído.
Tapé mis orejas para encerrar el sonido dentro de mi
cabeza.
Prisionero de mis pensamientos, no se atrevería a
susurrar de nuevo.
Son los susurros, susurraron a través de la nariz. Se me
escapaban al respirar. Se escapaban junto al ruido de mis pulmones, a las
palabras de mi boca.
No son los susurros, pronuncio, sintiéndome muerta, no,
vacía por dentro.
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