Las copas
chocaron.
Los lujos
parecían ser algo imprescindible en este momento. Todo tenía que brillar,
brillar tanto que disminuyera el brillo de los fuegos afuera.
Este era
quizás el momento más hermoso de la historia humana.
Nadie nunca
imaginó que la música sonaría tan alta. Los violines gritando a todo pulmón
inexistente que el fin se acercaba y todos disfrutaban su melodía.
Los
susurros de un nuevo orden se extinguían progresivamente, así como toda
esperanza y todo deseo.
Solo se
escuchaban recuerdos de viejas rivalidades contadas con cariño, como anécdotas
de la infancia.
Sonrisas
perfectas en emoción llenaban el salón. Piernas se entrelazaban en un baile que
solo existía por el frenesí de la melodía, en la pasión de cuerpos rozándose
con apenas una delgada tela entre ellos y mientras cientos de ojos se posaban
sobre cada una de sus curvas humanas.
Entonces
ella alzó el brazo y en su mano descansaba una copa de champagne. La formalidad
dictaba cuantas burbujas subían a la vez, solo para reventarse un momento
después.
Chocó un
cuchillo – elegante, afilado, inmaculado – contra la copa.
Todas las
miradas se posaron sobre ella, atentos a la gracia de sus movimientos. Los
instrumentos pararon, primero los de viento, la percusión, y por último las
cuerdas, poco a poco, una por una cerraron sus gargantas de crin.
Ella se
levantó. Una sonrisa radiante sobre su rostro.
Había que
celebrar.
Por fin
había llegado el día. El día en que las distinciones ya no importaban. En que
la mayoría era nada. En que ya no habían cúspides culturales, sin imposiciones
morales.
El día en
que ya no habían orgasmos intelectuales para correrse sobre la academia. Solo
cuerpos, solo mentes. Solo un acto de empatía sobre entes libres de una
dominación anteriormente intrínseca. Había llegado el día en que a nadie le
importaba.
Ella sonrió
de nuevo. Sus dientes torcidos más bellos que nunca, en un atardecer anaranjado
y entre espectadores que le devolvieron la sonrisa, orgullosos.
Se alzaron todas las copas, ella su epicentro.
- ¡Quizás
este es el último año del mundo! – gritó, su lengua retorciéndose en carcajadas
joviales, victoriosas.
Los demás
la miraron con ternura mientras se unía con la masa.
- ¡Por el
último año del mundo! – le corearon.
Tras el
último sonido de sus gargantas tras beber – devorar, destrozar, consumir – la
champagne. Tras la última copa resonar tras la colisión, tras el último golpe
del reloj-
Tras todo
eso observaron el cielo volverse púrpura, mientras el sol desaparecía, mientras
la última bomba caía.
Escrito el 19/12/16
No hay comentarios.:
Publicar un comentario