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domingo, 7 de mayo de 2017

Earthquake

I woke up in the middle of the night to the most thrilling sound I’ve ever heard. The noise of cracking bones went down my spine and got me out of the bed, without knowing what was going on.
            The floor was moving below my feet and the celling threatening to collapse on my head, burying me underneath my fears.
            What is going on? Is this the end of the world? Is hell rising to turn Earth into boiling lands?
            The street lights at the window shut down, leaving my room pitch black as I stopped breathing in panic. My world shook down.

            Then it stopped, the infernal movement of the floor and the walls, of the bed and everything surrounding me; leaving me only with the beat of my heart racing down to break my chest.

El billete de 20

Ahí estaba yo, caminando por la calle, caminando casi sin sentido, ocupado pensando en el billete de 20 que pesaba en el bolsillo. Me molestaba pues era todo el dinero que tenía. Un solo billete, blando y suave en el bolsillo. Al fin y al cabo era un papel, pero un solo papel era todo el dinero que tenía. Uno solo. Eso me molestaba.
                Como un rayo de luz en medio de una tormenta,  un café minimarket aparecía en la calle del frente. No puedo decir que realmente hubiese un rayo de luz, estaba nublado como cualquier día.  Casi esperanzado, no, ansioso entré a la tienda, con la mano lejos del bolsillo en el que estaba el billete, como con repulsión.  El lugar estaba repleto. Y por repleto me refiero a tres señoras conversando con una taza de café sencillamente envidiable, un tipo solitario de cabello descuidado y barba crecida que sorbía su café al lado de una bosa de golosinas.
                El billete me pesaba, mucho, realmente mucho. Necesitaba cambio. Le pedí salame. Salame ¿por qué no?
                El hombre me miró de reojo. ¿Quién pide solamente salame? Me encogí de hombros cuando me preguntó si quería algo más. “782” pronunció él. ¿Tan poco? Pensé y un escalofrío me recorrió los hombros. El billete me volvió a pesar en el bolsillo. Alargué  la mano al pantalón y saqué el billete. Lo agité en el aire, como si quisiera limpiarlo de la impureza que había creado en mi bolsillo.  Se lo pasé y me quedó mirando con una cara de mierda. Otro escalofrío me recorrió el cuerpo.
                “¿No tiene sencillo?” Me preguntó y me encogí de hombros nuevamente. “No” respondí y en el momento se me contrajo el estómago, la garganta y las pantorrillas me empezaron a temblar. El bolsillo de la chaqueta me empezó a pesar. Tenía un billete de dos  olvidado en la chaqueta. Pero necesitaba deshacerme del de 20. El de 20 el de…. Me encontré con la mirada del vendedor, arrogante e impaciente. “Espere…” le dije y dejé las cosas en el mostrador, la bolsa con mi lector digital, unas carpetas del trabajo y la mochila. La campanilla de la puerta sonó aguda.
                Me empecé a palpar el cuerpo “en busca de dinero”. Los pantalones, el trasero, la chaqueta (golpear el bolsillo con el billete de 2 sintió como recibir una patada). No podía decirle al vendedor que “no tenía sencillo”. Noté cómo mis manos temblaban. Si le decía que no él iba a notar que mentía, que tenía más dinero, que lo estaba usando, que no quería su salame.
                “Disculpe… ¿A cuánto está esto…?” susurró una mujer detrás de mí.  Casi sentí su aliento repulsivo en mi cuello. Me sacudí violentamente. No. No. El hombre me miró y abrió la boca para hablar. No, se iba a dar cuenta. No. Tomé mi mochila y corrí. Corrí hasta que me di cuenta que estaba tiritando en el suelo.  Había resbalado y caído de bruces en el cemento. Derrotado y aún temblando, me levanté y me puse a caminar. Solo un rato después me di cuenta que mi mochila estaba abierta y había dejado el resto de mis cosas en la tienda. Un largo aguacero se ciñó sobre mi cabeza. Caí en cuenta que en la bolsa tenía un paraguas. Y  mi lector. Y también mi dinero. Ese condenado billete de 20. Y al fin y al cabo, era solo un papel.


Basado en la historia de mi profesor de lenguaje en media, al perder su 4° lector digital.

Museum

I was at the museum, I don’t know that brought me there, but here I was.
Ivory white, the walls, the floor, even the celling, all disturbingly clean and shiny.
There, in the corner of the main hall, where I was standing, I saw her. I theing she was a friend, gone by now, but a friend after all.
She was painting the wall (or a canvas? I couldn’t see enough). She held a sponge in her hand, she was painting with it and her fingers, her tiny little fingers.
The painting was quite odd, on it were three childhood priends with a wide smiles and shadows of them in red, blue and grey… and their smiles fading away in each one of the shadows, into a serious mocking face, like mine.
“Why did you painted them like that?” I ask. She says: “It’s not mine, the painting. I don’t create it. It expresses by itself while I make lines and add colour. It has its own identity. I just help it. I copy.”
I guessed she was right because she has no eyes on her face, and that, at the time, made sense.
The white of the hall repulsed the colour. And we stare at the painting. It’s fading, as we are, into the same whiteness, ivory-like. So was the museum, into nothingness or void, we have the words to choose.
And pum! He wakes up
                                                                               Based on Raúl’s dream.

                                                                               December 31st , 2014

Ruido

Esta noche es extraña, me acerco a la ventana y un mismo sonido nos envuelve,  el sonido de quienes no vigilan, de esa constante presencia que vela junto a nosotros, que nos vuelve locos en la oscuridad.
                Tres babosas sondeando refugio en el suelo de la cocina, ¿Qué habrá en la noche para hacerlas buscar un lugar seguro en las tierras profanadas con el hombre con cemento y dignidad corrupta?
                Me encuentro en mi cama, la luz de la luna que mis ojos se niegan a ver queda opacada por las luces de la calle. ¿Son las que producen ese sonido? ¿Es esa vibración en nuestras manos cuando nos enfrentamos a la soledad curiosa en medio de una noche intranquila? ¿Es ese sonido como serpientes en nuestra garganta que nos hace callar cuando nos encontramos con lo inevitable de abrir una puerta para buscar alimento?
                La luz de las calles evidencia las sombras de mi habitación que ni siquiera los años  me han hecho acostumbrarme. Las cortinas no hacen más que un vano intento de despedirla.

                Y aún así, sabiendo de ese ruido interminablemente sordo que cae dentro y sobre las cabezas de todo, pagando, y extendido por las luces expectantes de una calle vacía, de las tres babosas que huían de su destino una cálida noche, del punto ciego de mi espalda que aún conserva un poco del misterio de este mundo, aún así debajo de la chirriante luz de la lámpara al lado mío, no puedo dormir. El sonido nos acosa a todos, caza mis oídos hasta el sueño más improbable. 

Tres golpes

Tres golpes en mi ventana y silencio. Miro a mi alrededor y supongo que no fue en nuestro auto.
Tres golpes en mi ventana y silencio. Miro a mi alrededor y nada. Es de noche por lo que lo único que alcanzo a ver es el pavimento alejarse de mis ojos con la escaza luz  de los faros delanteros.
Tres golpes en mi ventana y una hora de silencio. Sigue siendo de noche y el sonido había sido lo suficientemente fuerte para despertar a todos. Debía ser cosa mía. Mi padre seguía conduciendo y decidí dormir.
Tres golpes en mi ventana. Levanto la cabeza. Me quedé dormida con la mejilla en el vidrio. Dejo la mano ahí, donde había sido el golpe.
Tres golpes bajo mi mano. Golpeaban la ventana y no era cosa mía. Había algo ahí.
Sin pensarlo, bajo el vidrio y lo único que alcanzo a ver es la negrura de la noche en la carretera, solo la noche y la luz en el pavimento desapareció.
Ojos desgarradores me miran con dolor en ellos, deshechos y mi “familia” al unísono.
Horrorizada cierro la ventana y me cierro a mí misma. Y despierto.
Es de noche y viajamos en la carretera. Afuera se alcanzan a ver viñedos a la luz de los faros y me pregunto cuanto faltará para cosecharlas. No puedo volver a dormir. La silla, me está quedando pequeña y me molestan los hombros. Algunos de mis juguetes están en el suelo y casi los alcanzo con los pies.
Suspiro y apoyo la cabeza en la ventana

Tres golpes en mi cabeza y silencio.

07-09-2018

I feel bitter I feel like a dirty old rag that only bickers I should get that whiskey to feel as shitty as I deserve