Esta noche es extraña, me
acerco a la ventana y un mismo sonido nos envuelve, el sonido de quienes
no vigilan, de esa constante presencia que vela junto a nosotros, que nos
vuelve locos en la oscuridad.
Tres babosas sondeando refugio en el suelo de la
cocina, ¿Qué habrá en la noche para hacerlas buscar un lugar seguro en las
tierras profanadas con el hombre con cemento y dignidad corrupta?
Me encuentro en mi cama, la luz de la luna que mis
ojos se niegan a ver queda opacada por las luces de la calle. ¿Son las que
producen ese sonido? ¿Es esa vibración en nuestras manos cuando nos enfrentamos
a la soledad curiosa en medio de una noche intranquila? ¿Es ese sonido como
serpientes en nuestra garganta que nos hace callar cuando nos encontramos con
lo inevitable de abrir una puerta para buscar alimento?
La luz de las calles evidencia las sombras de mi
habitación que ni siquiera los años me
han hecho acostumbrarme. Las cortinas no hacen más que un vano intento de
despedirla.
Y aún así, sabiendo de ese ruido interminablemente
sordo que cae dentro y sobre las cabezas de todo, pagando, y extendido por las
luces expectantes de una calle vacía, de las tres babosas que huían de su
destino una cálida noche, del punto ciego de mi espalda que aún conserva un poco
del misterio de este mundo, aún así debajo de la chirriante luz de la lámpara
al lado mío, no puedo dormir. El sonido nos acosa a todos, caza mis oídos hasta
el sueño más improbable.
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