domingo, 7 de mayo de 2017

Reflexiones de fin de año: Cuerpos

Es verdad que se vuelve más difícil despertarse en las mañanas. 6 am, arriba y a vestirse. 7 am, en el paradero.
                Es como cuando uno corre en los sueños y sientes que no avanzas, es frustrante. Te cansas más y más solo por una silla coja en la que sentarse; prácticamente igual que correr para que se te pase la micro, pero al menos hay un asiento en el paradero y está lloviendo. Es algo.
                Uno, si piensa este tipo de cosas calmadamente, se da cuenta que son, en su mayoría, solo tonterías y simbolismos tradicionales. “El fin de una etapa”, “el inicio de la adultez”.
                No digo que no me de miedo, lo hace y de eso estoy segura. Pero es verdad, son tonterías; la vida sigue y tú sigues siendo el mismo, o sea, si en cualquier momento es posible seguir siendo el mismo, relativamente hablando.
                Que uno tenga que enfrentarse a la obligación -¿o es una opción? Todavía no estoy segura- de pensar sobre el futuro puede ser a) muy fácil o b) extremadamente complicado. Encuentro improbable encontrarse en el medio.
                Entonces, uno toma la alternativa a) o la b)  y sigues con tu vida, quieras o no. Y una universidad no es mi vida, ni una carrera o un año sabático, el tema es “qué hacer con mi vida” y toda la patraña existencial y filosófica que lleva consigo. Si hay suerte, lo descubres en algún momento. Si tienes el valor suficiente, aceptas y declaras tu ignorancia. Si no,  decides y esperas estar seguro.
                Y es el futuro de lo que no quiero pensar, precisamente, porque se me hace más difícil levantarme en las mañanas y es más fácil seguir aplazándolo. Eso me trajo aquí –a este momento y a estar escribiendo esto – y a la opción b).
                Creo explicarme. Sigo corriendo detrás de la micro - ¿o es adelante? Ya no entiendo muy bien las direcciones. – y, todavía, solo para que se pase, para encontrarme con el paradero vacío y a otra persona que también se le pasó. El punto no es el que se haya pasado la micro, uno puede dejarla pasar o correr más rápido y alcanzarla, es el correr con esa desesperación incoherente por lo que sabes que va a pasar de nuevo en 15 minutos. Y después, mirar atrás y encontrarte con cientos de cuerpos con tu cara.
Por eso dudo si llegamos a seguir siendo los mismos. Dejamos cuerpos atrás, cuerpos que usaron tu cara, o que más bien, que tú los usaste. Quizás una cara un poco distinta, una sonrisa más alegre o menos torcida, o una con el ceño menos fruncido, una con ojos menos soñadores y una un poco más sabia - ¿o maltrecha? - . Cuerpos como cáscaras vacías que se quedaron en el recuerdo de todos los que conocimos y que quizás dejamos atrás. Dramático, ¿no? Lo encuentro cierto, de todos modos.

                Pero, si me fijo  bien, estos cuerpos no son lo único que encuentro cuando miro hacia atrás  buscando a otras personas que corrieron por la micro - ¿o seguimos corriendo? -. Veo también una manada de simios apestosos con la respiración agitada que corrieron detrás de micros distintas a la mía. Apesto yo también. Asquerosos y disgustantes monstruos que no reconozco más que a un reflejo en agua turbia. Y aun así, corrieron con la misma desesperación que una presa a punto de ser comida, que corrieron por algo inevitable,  y aunque no lo parezca, en algún modo retorcido y hermoso, corrieron igual que yo.
 Escrito en octubre de 2015

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07-09-2018

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