Estaban hablando de lo poco
práctico que era para la vida real aprender cómo hacer inecuaciones.
Debían enseñar cosas útiles
para la vida, habían acordado entre todos.
La profesora asintió desde una
de las esquinas del salón, apoyada en la intersección con los brazos cruzados
mientras escuchaba a sus estudiantes discutir.
Era la primera vez que ese
curso discutía de forma civilizada,
es decir, sin gritar o volverse ratas en coca.
Deberían enseñar cosas como
cocinar, cómo hacer cosas de la casa, cómo usar herramientas, cómo arreglar
cosas – había comentado una alumna – deberían enseñarnos a ordenarnos.
La profesora levantó una ceja
a causa de esa última frase. Nadie en el salón la había cuestionado. Suspiró
para sí, volviendo a fruncir el ceño mientras escuchaba. Tenía que obligarse a
recordar dónde enseñaba.
Creo que deberían enseñar a
ser mejores personas – comentó otra chica, su voz tan inocente como ignorante.
Ah, el comentario moralizante,
pensó la profesora para sí.
Sí, creo que deberían enseñar
a ser mejor persona – reforzó otra persona – No lo digo desde un punto de vista
“cristiano” – continuó, mirando a la compañera que había hablado – Pero sí
cosas como… verdades de la vida. Enseñarnos que nada es fácil, que vamos a
tener que trabajar, que ni los amigos o las relaciones son para siempre… Que la
muerte es segura.
Con ese último comentario
oscuro la clase cayó en silencio.
La profesora suspiró. Se
recostó en la silla y se sacó los tacones, dejándolos caer al suelo con fuerza.
Sus pies enfundados en medias beige descansaron sobre el escritorio. Sabía que
había más de una persona observando sus muslos, pero no le importó. ¿decoro?, se preguntó con ironía. Sacó
su cartera y se puso a revolverla.
- La cosa es, niños, - murmuró
mientras ponía un cigarro entre sus labios – es que siempre hablan de La
verdad, ¿no? Cosa única, finita, inamovible, sólida y absolutamente innegable, pero… - murmuró, prendiendo el cigarro y
dándole una bocanada inmensa – La verdad es flexible, dinámica… Creo que es una
de las pocas cosas que la vida me ha enseñado. La verdad depende de quien la
diga, quien la escucha, de quien la piense, de quien la escriba…. Pero… Bah… - gruñó amargamente – Al fin y al
cabo, ustedes escogen si creerme o
no.
La clase la miraba
aterrorizada. Habían muchos con caras del terror más absoluto, unas cuantas que
tosían, otros que sacaban sus propios cigarros, otros que sonreían.
- Profe, ¿qué está
haciendo? – preguntó la inocente.
La mujer dio otra quemada al
cigarro, dejando que el humo quemara sus pulmones y acidificara su lengua.
- Renunciando. – contestó con
una sonrisa, mientras botaba el humo espeso entre los dientes.
Escrito el 6/10/16
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