Van a robar un celular. Con
ese pensamiento salí de casa. Llaves, billetera, celular… ¿celular? Bien, bien,
listo. Caminemos. El paradero, la gente,
la micro. Entonces entendí: robarían un celular en la micro.
Así todos eran sospechosos.
¿me iban a robar el celular a mí? Ese hombre era sospechoso, vestido todo de
negro; otro con jeans azules, ese veía el celular de la mujer embarazada cerca de la puerta. O la chica que
revisaba sus redes sociales. O el hombre de la izquierda que cambiaba la
música.
Era el celular. Todos tenían
celular, todos tenemos y todos mirábamos los de los demás como adictos en
abstinencia. ¿Cómo podría ser que solo uno de nosotros fuera a robarlo cuando
todos somos sospechosos?
Era el celular, la idea, es
decir, la idea del celular. Todo tan fácil, todo tan rápido, tan a la mano.
El mío vibró en mi bolcillo. Me había llegado un mensaje,
pero no lo saqué; iban a robar un celular pero no sería el mío, no lo
permitiría, la cosa esa era cara y era mía. Y los celulares de los demás eran
suyos… y aún así parecían tan cercanos.
El hombre de ahí tenía el
mismo modelo que yo.
Tuve que callar mis
pensamientos.
Pasó el tiempo, el lento
vaivén del bus, la gente que sabe, sube y baja, los paraderos, sus celulares.
Me estaba volviendo loco. El
mensaje en mi bolcillo y la gente a mi alrededor.
Pasó el tiempo, lo mismo, pero
sentía que el momento del robo se venía: iba a ser en algún momento entre el
siguiente paradero y seis antes de mi parada.
Si me bajaba ahora no me
robarían el celular en la micro. Si me quedaba hasta mi bajada, me lo podrían
robar, pero también recorrería seis paraderos a salvo. ¿Qué era mejor? Tendía
que caminar mucho o tomar mucho riesgo, porque sé que a alguien le van a robar
el celular. ¿A quién? Todos somos víctimas. ¿Quién? Todos son sospechosos.
Pasaron dos paradas, me rindo.
Entonces había una tercera
opción. Los celulares de todos estaban cerca. Y me moví solo. No. Me moví por la urgencia de ver el mensaje en mi
bolcillo y el miedo a sacarlo.
Todavía
faltaban nueve para mi paradero y me paré frente a la puerta. “Disculpa”
“Permiso” “¿Puede presionar el botón, que no alcanzo?” Estaba ahí, sabiendo qué
hacer pero no cómo. Uno. Se abrió la puerta y contuve la respiración… Dos.
Tantos celulares, tan cerca… Tres, un segundo eterno. Era la única forma de
escapar.
Corrí
una cuadra hasta detenerme. Lo había logrado. Había escapado y besé el celular
en mis manos, emocionado y dándome cuenta que era el celular de la mujer
embarazada.
Grité
y lo tiré a la calle, donde un auto lo hizo trizas.
Y mi
celular sonó de nuevo. Nervioso lo saqué del bolcillo.
Batería
baja y un mensaje de texto de la compañía con una promoción inútil. Suspiré y
lo guardé. Caminé a mi destino, iba a llegar tarde.
A
alguien le robaron el celular en la micro y había sido mi culpa.
Escrito en 2015
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