domingo, 7 de mayo de 2017

Suicidio


El día en el que me suicidé me había levantado sintiéndome extraño, no quería morir, no lo necesitaba pero tenía una pequeña pero persistente sensación en el pecho, como su tuviese  una pesa colgando del corazón que se balanceaba con cada movimiento que hacía. Creo que ese día fue relativamente normal, ver a mis compañeros y asistir al colegio, como siempre, escucharlos hablar y reír mientras felizmente desde una cierta distancia y, lentamente, a medida que sus palabras se van colando por mis oídos, la pesa oprime sutilmente mi pecho, dejando colgar todo su peso en un pequeño hilo atado a mi corazón, oscilando interminablemente, hundiéndome en mí mismo pero conservando la sonrisa en mis labios. Creo que esa fue la primera vez que pude describir esa sensación.
Después de clases volvía a casa, me había bajado de la micro y caminaba para cruzar la calle a otro paradero y me detuve en seco. El semáforo seguía en rojo y me incliné a observar los autos pasar, como una llamarada incesante de motores que rugían agonizantemente ante la amenaza de que su fluido vital se acabara para dejar a sus amos a merced de sus propios destinos en medio de una carretera con poco o ningún sentido que la velocidad arrasante con la que se movían. Eran tan rápidos que me quedé pasmado y aturdido viendo sus rueditas cómo pies de niño avanzar hacia mí y dejando tras ellos solo un soplo de viento contaminado y polvoriento que hace arder mis ojos a cada segundo que desperdicio abstrayéndome en la simple rapidez, tan absoluta y tan imparable. ¿Qué pasaría si se detuviesen de un momento? Me costaba imaginarlo sin una pared invisible o sin que desaceleraran lentamente, parecía imposible. ¿Qué harían ellos si chocaran, si sus autos se detuviesen y ellos continuaran moviéndose? Vi cuerpos salir disparados por los parabrisas pero se quedaban ahí, en el aire de mi imaginación sin llegar a concretarse en una esquina de mi mente llena de la velocidad de los autos. De esos autos que pasaban tan cerca de mí y eran totalmente ajenos a mi existencia, para ellos como para sus amos, soy solo un transeúnte más. Tan rápidos e incontables autitos a no más de treinta centímetros que solo mantenían la prudencia del buen ciudadano. ¿Qué nos impedía chocar realmente? Solo hacía falta dar un paso y sabría lo que se siente adquirir la velocidad de algo así de rápido. Mi estómago se contrajo cuando escuché la ráfaga de viento de un auto al dejarme atrás, el péndulo pesó más en mi pecho y apuntó a la calle.

            
Escrito entre 2014-2015

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07-09-2018

I feel bitter I feel like a dirty old rag that only bickers I should get that whiskey to feel as shitty as I deserve