Todo empezó cuando este tipo me dijo que tenía un problema
con la culpa. Ah… este trabajo me está matando, siempre se necesita a alguien
para algo.
Cuando llegas con tu maleta a la
puerta de la casa en la que vas a trabajar y ni siquiera te abren, te da un
atisbo de lo que será después. Tuve que esperar a que el señor saliese de la
casa para poder entrar; me instalé en un rincón del tercer piso, donde
guardaban la ropa de estación. Un cojín y una fotografía de mi familia, mamá,
papá y mi pequeño hermano, eran mis únicas pertenencias.
La primera “tarea” fue el sábado
siguiente a mi llegada. La casa tenía dos pequeños, parecían tan afables, pero
ella entró a la habitación de uno de ellos, gritó sobre el desorden y yo me
tapé los oídos, nunca había oído a una mujer gritar así por algo como eso.
Entonces fue cuando por primera vez alguien hizo uso de mi nombre.
- ¿Así, jovencito? ¡¿Entonces
alguien tomó tu ropa y la tiró al suelo?! ¡Alguien! ¡Já! ¡Alguien! – gritó
furiosa, agitando las manos en el aire. No pude más y corrí contra ella,
intentando hacerla callar pero mis brazos, invisibles eran a ella.
Lo único que sentí que podía hacer fue taparle los oídos al
niño. Entonces quedé frente a la cara de la mujer, gotitas de saliva me caían
del rostro mientras veía los dientes amarillentos subiendo y bajando,
disparando las palabras hacia mí. Ella calló y yo me alejé del niño, tiritando
y arrastrando los pies hasta mi esquina. ¿Acaso alguien me había contado sobre
este trabajo? ¿Me habían dado algún entrenamiento? ¡No!
Los días pasaron y me di cuenta que era un poco más
pacífico usualmente. La segunda vez fue cuando uno de los niños rompió un
jarrón. Ellos negaban haberlo hecho, yo sabía que había sido el menor, la
pequeña sonrisa en sus labios cuando creía que nadie lo veía lo delataba. Luego
la señora había empezado a gritar, nuevamente acudí a taparles los oídos a los
niños, uno intentó morder el aire de mi mano y una ligera parálisis se extendió
por mi cuerpo mientras la señora clavaba sus palabras en mi, pero tenía que
llegar el señor, lo vi por la espalda y él se unió a los gritos, apoyando a su
esposa. Fue entonces cuando las
sacudidas reemplazaron a la parálisis.
Empezó suave con el primer grito del
señor, pero después subieron el volumen y él gritó: “Claro, claro que fue alguien. Alguien que botó el jarrón solo para culparlos a ustedes. ¡Ahora díganme
quién fue!”. Cada palabra estaba gritada con más fuerza, cada una se traducía
en una sacudida más violenta que la anterior. Cuando no lo pude soportar más me
rendí y les solté las orejas a los niños. Sí, claro, había sido yo quien había
botado el jarrón, por supuesto que había sido yo.
Pasaron semanas así. Mamá, papá, ¿también pasaron por esto?
Ellos también fueron alguien. Ya pasó otra semana y salí en mi único día libre
a tomarme un café con este tipo y me dijo lo del complejo de culpa. ¿Qué se
supone que haga? Es mi trabajo.
Esa vez el señor había llegado tarde y la señora había
empezado a gritar sobre alguien y sobre maquillaje de un beso, de una jessica
también.
Convulsioné por un momentos sin niños a los que taparles
los oídos y me soprendí por un segundo, creí haber tenido por primera vez un
rostro, era largo y suave, de labios carnosos que no se sentían como los míos,
pero luego seguí convulsionando a medida que las palabras sonaban. Ellos
terminaron discutiendo con golpes y traté de asegurarme que los niños no
salieran de sus habitaciones.
Ahora ha pasado una noche desde eso, estoy en la
cocina y veo a la señora cocinar
histéricamente hasta que rompe en llanto. De nuevo empieza a gritar sobre alguien.
¿Por qué siempre tiene que ser alguien? ¿Por qué alguien tiene que tomar
la culpa siempre? ¿Por qué tengo que ser
alguien? ¡Alguien! ¡Já! ¡Qué ridícula palabra para sacarse el peso de los hombros!
Alguien, alguien, alguien – creo que me estoy sujetando la cabeza con las manos
– No quiero ser alguien, alguien, quiero tener un nombre – escucho jessica en
el aire – Sí, quiero ser alguien, pero no quiero ese alguien – las convulsiones volvieron – Alguien, serlo, qué
horrible ironía entre mis manos, ya no puedo sujetarme la cabeza. Alcanzo a ver
que la señora se queda quieta y siento su mirada empalada en mí. ¿Me ve? ¿Me
siente? ¿Existo con ella?
- ¡¿Quién eres?! – me grita, retrocediendo unos pasos y
buscando algo detrás de las gavetas. Una sensación extraña recorre mi cara.
- Alguien… - contesto yo, sin tener otra respuesta, nadie
nunca me lo había preguntado antes.
- ¡¿Qué?! ¡¿Alguien?! ¡Alguien esa puta! – me grita y escucho una
explosión. ¿Era eso a lo que llamaban
arma? Nunca había visto una…. Y vuelvo a sentir un rostro en mi cara, supongo
que es la última vez que tomaré la culpa de alguien.
Escrito entre 2013-2015
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